Cuando llegamos a Islandia allí estaban esperándonos
nuestros amigos islandeses. Nada más abrirse las puertas de la terminal que
daban acceso al exterior, sentí el frío del aire que inmediatamente despejó los
últimos rastros de somnolencia que traía del largo trayecto desde Madrid con
escala en París. Mí amigo me acompañó a recoger el coche de alquiler y nos
dividimos en dos coches, el que acaba de coger y el suyo, para ir a su casa.
Como buenos anfitriones, lo primero que querían hacer era brindarnos un buen
desayuno.
Pude comprobar por mí mismo, nada más llegar, que la mayoría
de los coches era todo-terreno y no por capricho como en España sino por
verdadera necesidad ya que muchas de las carreteras y caminos son de tierra. En
Islandia, por ejemplo, no existen trenes ni tranvías ni nada que vaya sobre
raíles... descarrilarían al ser tan frecuentes los pequeños movimientos
sísmicos y sobre todo las heladas, que la vigilancia y mantenimiento de tales
líneas férreas sería una labor titánica. De las carreteras, otro tanto. Hay una
carretera principal que circunda toda la isla y después algunas secundarias,
pero lo que más abunda son las carreteras de tierra. Las duras condiciones
climáticas son un enemigo irreconciliable del liso e interminable asfalto de
las grandes carreteras.
Por cierto, me fijé que allí los coches llevan la matrícula
con dos letras y después tres números. En la foto los he borrado para preservar
la intimidad del propietario.
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