Tras
unas sencillas instrucciones nos dieron una moto de nieve que debíamos
compartir de dos en dos, lo que dejaba claro que la mitad del camino conduciría
uno y la otra mitad el otro.
Ya
se oía el rugir de los motores, impacientes todos por escuchar la orden de
salida que habría de dar el guía… ya que sin guía todos nos hubiéramos perdido
en medio de aquella naturaleza virgen vestida de blanco.
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