Aquél era nuestro destino, aunque no el destino final
sino uno intermedio: un campamento Sami en mitad de la nada… de la nada helada.
Tan helada que bajamos todos de las motos y fuimos caminando como zombis hacia
la hoguera que iluminaba cada una de las tiendas. Allí nos dieron una bebida
caliente y energética para reconfortarnos. Mientras la bebíamos y se derretía
el hielo de nuestras articulaciones, pudimos curiosear por dentro esas tiendas
y comprobar lo dura que es la vida de los pobladores de estas regiones.
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