Y ya estábamos listos para sumergirnos en el mar helado.
La tarea no era fácil ya que el traje de goma que llevábamos encima de todas
nuestras habituales capas de ropa no dejaba mucha libertad de movimientos, pero
para eso estaban los ayudantes dispuestos a facilitarnos la entrada en el agua.
Una de las cosas que más llamaba la atención era la cruz
blanca, en material reflectante, que todos llevábamos en la espalda. No era la
bandera de Suiza ni nada parecido sino simplemente una forma de tenernos
localizados por si alguno se alejaba más de la cuenta en medio de la negrura
del mar y cualquier nueva grieta que pudiera aparecer en la quebrada superficie
helada del Báltico.
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