Del rompehielos salió una escalerilla que se posó sobre
la helada superficie del mar. Ataviados con nuestros trajes de goma fuimos
bajando y pisando con cierta precaución la capa de hielo que cubría el mar. Sin
embargo no había peligro, era tan gorda esa capa de hielo que aguantaba
perfectamente todo nuestro peso e incluso los saltos que dimos algunos para
comprobar su dureza. Además, en el camino que llevaba desde la escalerilla
hasta esa especie de laguna negra o boquete inmenso que había abierto el
rompehielos para que pudiésemos bañarnos, lo habían señalizado con antorchas
clavadas directamente sobre el hielo.
Uno tras otros fuimos caminando por la superficie del mar
hasta llegar a esa zona de agua completamente negra que contrastaba con el
hielo de su alrededor y estaba perfectamente iluminada por los focos.
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