Desde la cubierta del rompehielos podíamos ver cómo el
barco avanzaba lentamente quebrando la superficie helada del mar Báltico, al
tiemplo que un ruido ensordecedor atronaba nuestros oídos, y eso que ya nos
habíamos puesto otra vez el casco, mono térmico, guantes, etc.
Como el barco se dedicaba básicamente a la actividad
turística, iba provisto de unos fuertes reflectores que iluminaban la
superficie del mar y así, a pesar de la oscuridad reinante, se veía
perfectamente el sublime espectáculo de la proa del barco rompiendo el hielo y
dejando al descubierto un agua completamente negra fruto de la oscuridad
reinante.
Pero si allá en tierra firme, cuando subimos al barco, la
temperatura era de -20ºC aquí debía ser mucho mayor, es decir, mucho más baja,
a lo que había que sumar la sensación térmica de frío que siempre da el viento
y el entorno de ese mar completamente helado.
Me armé de valor y me quité los guantes para hacer
algunas fotografías… pero la cámara no respondió, se había colapsado al no
estar preparada para soportar ese frío. Otros compañeros sí pudieron hacer
algunas fotos, quizás porque sus cámaras eran mejores o porque las habían
guardado debajo de la ropa hasta el momento de usarlas, pero la mía ni con
masajes cardiorrespiratorios y térmicos fue capaz de reaccionar. Menos mal que
sólo fue un colapso y no la muerte cerebral permanente, porque varias horas
después, ya en el interior del barco, recobró la consciencia.
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