Fue en el año 1990 cuando me suscribí al Servicio
Filatélico de Correos de Noruega y comencé a coleccionar los sellos de este
país mediante una suscripción a su “Libro del año”. Se trata de un libro que
contiene información (en tres idiomas: noruego, inglés y alemán) y numerosas
fotografías, esquemas, etc., sobre los motivos que han impulsado a dedicar uno
o varios sellos a un tema o personaje en particular. Junto a esas páginas, se
incluye una lámina plástica que protege los sellos auténticos, de tal forma que
además de ser un libro que acerca de una manera amena la cultura del país, es
también una colección de sus sellos.
En la imagen podemos ver los ejemplares de mi
colección que abarcan desde el año 1990 hasta el año 2000. ¿Por qué no continué
más allá de esta fecha mi colección? La respuesta es que a partir de aquella
fecha los sellos (tanto en Noruega como en muchos otros países) perdieron una
parte muy importante de su encanto. Hasta entonces, los sellos eran un pedazo
de papel con goma por detrás, la cual había que humedecer para pegarla en el
sobre. A partir de esta última fecha, esos sellos pasaron a ser unas simples pegatinas
autoadhesivas.
Los viejos aficionados a la filatelia siempre
recordamos el especial olor de los sellos, su textura, el delicado trabajo que
suponía despegarlos (sin que sufrieran daños) del sobre que habían franqueado…
Pero todo ese encanto se vino abajo cuando dejaron de ser “sellos” para
convertirse en “pegatinas”.
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