Esta, que era la frase favorita de Marmo, nunca estuvo mejor empleada que en nuestra visita a Krisuvik. Allí el terreno estaba plagado de fumarolas de barro hirviendo. Los turistas podíamos acercarnos y pasear entre ellas, gracias a unas pasarelas de madera.
Un detalle: en la última fotografía, en la esquina superior derecha, puede apreciarse el aparcamiento de este enclave. Así era todo: sitios de sobra para aparcar, tranquilidad y sólo el ruido de la naturaleza acompañando tus pasos.
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