Sólo
eran las once y diez de la mañana de mi primer día en Tromso y así lo reflejaba
el reloj de la torre de la iglesia. Siempre me llamaron la atención las
iglesias noruegas, incluso las modernas como esta. Y el reloj me estaba
indicando que ya podía recoger mi coche de alquiler y ya podía empezar a
moverme a mi libre albedrío por toda la ciudad y toda la región. Eso es lo que
más me gusta de los viajes, ir a mi aire, sin horarios ni programas
preconcebidos; descubrir el país según mi instinto me lleva por uno u otro
lugar, aunque claro está que ya me había informado previamente y tenía anotada
una lista con algunos lugares de visita inexcusable.
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