viernes, 16 de julio de 2021

Un loro noruego muy simpático

Esta es una historia real que demuestra la enorme profesionalidad de los carteros, aunque los de este ejemplo no sean españoles, sino noruegos.
 
Era el año 1900 y tenía un amigo noruego con el que mantenía un curioso intercambio: Yo le enviaba sellos españoles para su colección de sellos y él me enviaba cintas de vídeo en donde grababa programas de la televisión noruega. Tan grande era mi amor por Noruega que sentía la necesidad de meterme en su ambiente, de conocer mejor el país, sus gentes, sus costumbres.
 
Como yo no sabía noruego, mi amigo elegía aquellos programas donde la voz no tenía demasiada importancia porque las imágenes eran lo suficientemente explicativas como para darme una idea de lo que allí se contaba.
 
En uno de aquellos vídeos me encontré un día con un reportaje en donde aparecía un loro muy simpático que hablaba noruego, imitaba el timbre del teléfono, le gustaba ducharse, era muy cariñoso… vamos, una delicia de mascota. Además era idéntico a un loro que tuve en mi juventud, por lo que dicho reportaje me impactó sobremanera.
 
Tras visionarlo bastantes veces aquellos meses, lo guardé en una estantería y allí permaneció durante veinte años aproximadamente. Veinte años es mucho tiempo, pero también es cierto que los loros viven mucho tiempo, y como yo no me había olvidado de ese loro, volví a buscar esa cinta, la rebobiné hasta encontrar el reportaje y la visioné de nuevo, emocionándome como la primera vez. Pero ¿seguiría vivo ese loro?
 
Volví a visionar ese reportaje, esta vez mucho más despacio y dándole a la pausa varias veces para tratar de encontrar las pistas que me indicasen quién era su dueño, dónde vivía, etc., para poder escribirle y preguntarle qué tal estaba el loro. Pero apenas si daban datos en dicho reportaje. Sólo aparecía el nombre de su dueña y la fecha de emisión. Con tan pobre información me metí en la página web de la televisión noruega (NRK) y empecé a buscar en sus archivos. Tan sólo aparecía, como información adicional, el nombre de la ciudad donde se había grabado el reportaje. Busqué para ver dónde estaba esa ciudad y… ¡no era una ciudad, era una región! Sólo tenía, pues, el nombre de una persona y el nombre de una región; es algo así como si en España enviamos una carta con los siguientes datos para que el cartero se la entregue al destinatario: “Pepe Pérez, valle del Jerte”.
 
No tenía más opciones, así que escribí una carta a esa persona y puse como único dato de su dirección el nombre de la región. Como por aquél entonces ya nos manejábamos en Internet, le detallé en mi carta cuál era mi dirección de e-mail para que le resultase más cómodo contestarme… si es que alguna vez le llegaba tan inusual carta.
 
¡Cuál no sería i sorpresa cuando al cabo de poco más de una semana me llegó un e-mail de esa persona! Lógicamente se mostraba muy sorprendida por mi interés en su loro y por el hecho de que el cartero hubiese sido capaz de localizarla. Me contó que el loro se llamaba Rulle y que ahora vivía con su hermano en la ciudad de Tromso, junto a otras muchas mascotas que tenía. Y por supuesto, me contó que seguía tan simpático, cariñoso y hablador como siempre.
 
Gracias a la excelente profesionalidad de los carteros (de los carteros noruegos en este caso) satisfice mi curiosidad y me llené de alegría al comprobar que aquél simpático loro sigue llevando una vida feliz.
 
Por si quieres disfrutarlo, aquí tienes unas secuencias de aquél reportaje de la televisión noruega:
 
“Un loro al teléfono”: https://youtu.be/XPgybJIdvE
 
“Un loro en la ducha”: https://youtu.be/SIflsiUp1Ww
 
“Un loro noruego muy animado”: https://youtu.be/QjKZTQ4BeGw


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