viernes, 18 de junio de 2021

El clon noruego

La casa necesitaba unas reformas. Había que acuchillar y barnizar el parquet y cambiar las puertas. Busqué diversas empresas de reformas pero.... deben ganar mucho dinero. Realmente cuando te hacen un trabajo y te lo cobran a precio de oro, lo que te están haciendo es un favor, y deberías dar gracias al cielo de que tú hayas sido el afortunado de tenerlos en tu casa el doble de tiempo de lo acordado, de haber tenido que mover tú mismo los muebles antes y después para que no se molesten (y no te los destrocen, por supuesto), limpiar a todas horas para no verte sumergido entre capas pleistocénicas de polvo, y pagarles al contado, por supuesto (si es que no les habías adelantado ya una buena parte del importe del trabajo). ¡Qué ingratos somos a veces! El caso es que fui buscando uno y otro hasta que encontré uno que se mostró ilusionado con la idea de hacer ese trabajo (¡Qué raro! ¡Alguien que quiere trabajar antes de exigir el dinero!) y quedamos en que al día siguiente vendría a casa para tomar medidas y hacer el presupuesto.
 
Al día siguiente hubo una llamada. No podía venir como habíamos acordado. Se disculpó y preguntó si podía pasar al día siguiente. “En fin” me dije “el hecho de llamar para avisar y disculparse ya es una buena señal”, así que quedamos para el día siguiente.
 
Como no iba a venir hasta última hora de la tarde, decidí pasarme por mi otra casa para comer allí y recoger unas cosas. Entre ellas estaba el correo y, justo ese día, encontré una carta de  mi  amigo  noruego  Ingar.  Nos conocíamos  desde  hacía muchos años y nos habíamos visto un par de veranos. En uno de ellos mi mujer y yo estuvimos en su casa y el año anterior, precisamente,  había inaugurado con él la nueva casa o “hytta” (casa de madera) que se había construido en las montañas. En esta carta me enviaba un cassette (me ha dado por añadir, a mi colección de música, grupos y cantantes escandinavos que no es posible encontrar en España) del cantante sueco Björn Afzelius. De regreso a casa para mi encuentro con el encargado de la empresa de reformas, iba escuchando la cinta que me había enviado esta vez.
 
Llegué con mi puntualidad habitual y le comenté a mi mujer la carta que acababa de recibir. Ingar era un buen amigo aunque vago a la hora de escribir. De hecho, nuestra correspondencia se cifraba en una carta al trimestre, aunque siempre venía acompañada de cassettes de música, cintas de video con imágenes de Noruega o un Calendario de pared cada Diciembre. Por mi parte yo le enviaba sellos y algún que otro autógrafo de gente famosa que podía conseguir y él añadía gustoso a su amplísima colección de autógrafos.
 
Sonó el timbre de la puerta y abrí: Allí estaba el encargado de la empresa de reformas que había pedido ir hoy en vez de ayer. Me quedé perplejo y mi mujer también. No pudimos menos que cambiar una mirada de asombro, comentarlo y decírselo también a él: era exactamente igual que mi amigo Ingar. La cara, el tipo, el pelo...
 
Una coincidencia de este tipo puede darse muchas veces. ¿Cuántas, si no, decimos “mira, ese se parece a fulanito”. Pero ¿cómo explicar que venga a casa el mismo día que recibo su carta  trimestral  y  que  incluso  haya  pedido  retrasarse un día para coincidir así con la recepción de su carta? Es como si de pronto se hubiera materializado un clon.
 
Por añadir, hasta podría poner una guinda: Estaba cenando –esa misma noche- y viendo la televisión. Emitieron un reportaje sobre el cáncer, una de las causas más importantes de muerte, incluyendo el testimonio de varias personas que habían superado la enfermedad, habían rehecho su vida y ahora -comentaban- veían las cosas de un modo diferente, dando más valor a todo. Este era, precisamente, el mensaje del programa.
 
Sólo es un detalle, nimio si se quiere, pero que se añade a todo lo demás. Ingar me decía en esa carta, que Björn Afzelius había muerto a primeros de ese año... de cáncer. Ahora, cada vez que escuche su música, no sólo pensaré en las “coincidencias” y en “a qué diantres están jugando con nosotros”, sino que también recordaré que debemos dar más valor a todas las pequeñas cosas de la vida.


"No son coincidencias", de Vicente Fisac. Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa:

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