La casa necesitaba unas reformas. Había que acuchillar y
barnizar el parquet y cambiar las puertas. Busqué diversas empresas de reformas
pero.... deben ganar mucho dinero. Realmente cuando te hacen un trabajo y te lo
cobran a precio de oro, lo que te están haciendo es un favor, y deberías dar
gracias al cielo de que tú hayas sido el afortunado de tenerlos en tu casa el
doble de tiempo de lo acordado, de haber tenido que mover tú mismo los muebles
antes y después para que no se molesten (y no te los destrocen, por supuesto),
limpiar a todas horas para no verte sumergido entre capas pleistocénicas de
polvo, y pagarles al contado, por supuesto (si es que no les habías adelantado
ya una buena parte del importe del trabajo). ¡Qué ingratos somos a veces! El
caso es que fui buscando uno y otro hasta que encontré uno que se mostró
ilusionado con la idea de hacer ese trabajo (¡Qué raro! ¡Alguien que quiere
trabajar antes de exigir el dinero!) y quedamos en que al día siguiente vendría
a casa para tomar medidas y hacer el presupuesto.
Al día siguiente hubo una llamada. No podía venir como
habíamos acordado. Se disculpó y preguntó si podía pasar al día siguiente. “En
fin” me dije “el hecho de llamar para avisar y disculparse ya es una buena
señal”, así que quedamos para el día siguiente.
Como no iba a venir hasta última hora de la tarde, decidí
pasarme por mi otra casa para comer allí y recoger unas cosas. Entre ellas
estaba el correo y, justo ese día, encontré una carta de mi
amigo noruego Ingar.
Nos conocíamos desde hacía muchos años y nos habíamos visto un par
de veranos. En uno de ellos mi mujer y yo estuvimos en su casa y el año
anterior, precisamente, había inaugurado
con él la nueva casa o “hytta” (casa de madera) que se había construido en las
montañas. En esta carta me enviaba un cassette (me ha dado por añadir, a mi
colección de música, grupos y cantantes escandinavos que no es posible
encontrar en España) del cantante sueco Björn Afzelius. De regreso a casa para
mi encuentro con el encargado de la empresa de reformas, iba escuchando la
cinta que me había enviado esta vez.
Llegué con mi puntualidad habitual y le comenté a mi
mujer la carta que acababa de recibir. Ingar era un buen amigo aunque vago a la
hora de escribir. De hecho, nuestra correspondencia se cifraba en una carta al
trimestre, aunque siempre venía acompañada de cassettes de música, cintas de
video con imágenes de Noruega o un Calendario de pared cada Diciembre. Por mi
parte yo le enviaba sellos y algún que otro autógrafo de gente famosa que podía
conseguir y él añadía gustoso a su amplísima colección de autógrafos.
Sonó el timbre de la puerta y abrí: Allí estaba el
encargado de la empresa de reformas que había pedido ir hoy en vez de ayer. Me
quedé perplejo y mi mujer también. No pudimos menos que cambiar una mirada de
asombro, comentarlo y decírselo también a él: era exactamente igual que mi
amigo Ingar. La cara, el tipo, el pelo...
Una coincidencia de este tipo puede darse muchas veces.
¿Cuántas, si no, decimos “mira, ese se parece a fulanito”. Pero ¿cómo explicar
que venga a casa el mismo día que recibo su carta trimestral
y que incluso
haya pedido retrasarse un día para coincidir así con la
recepción de su carta? Es como si de pronto se hubiera materializado un clon.
Por añadir, hasta podría poner una guinda: Estaba cenando
–esa misma noche- y viendo la televisión. Emitieron un reportaje sobre el
cáncer, una de las causas más importantes de muerte, incluyendo el testimonio
de varias personas que habían superado la enfermedad, habían rehecho su vida y
ahora -comentaban- veían las cosas de un modo diferente, dando más valor a
todo. Este era, precisamente, el mensaje del programa.
Sólo es un detalle, nimio si se quiere, pero que se añade
a todo lo demás. Ingar me decía en esa carta, que Björn Afzelius había muerto a
primeros de ese año... de cáncer. Ahora, cada vez que escuche su música, no
sólo pensaré en las “coincidencias” y en “a qué diantres están jugando con
nosotros”, sino que también recordaré que debemos dar más valor a todas las
pequeñas cosas de la vida.
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