Cuando vi de lejos las cascadas
de Selajalandfoss comprendí que no podía pasar de largo. Me acerqué a ellas y
pase un buen rato fotografiándolas e incluso pasando por detrás de la enorme
cortina de agua, todo ello en medio de un campo plano de verdor.
Pocos meses después, las cenizas
de la erupción del volcán Eyjafjallajokull habían cubierto de cenizas aquél
paisaje y la derretida lengua del glaciar había arrasado la carretera.
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